Las proteínas son un componente
fundamental para la vida, están involucradas en el mantenimiento de numerosas
funciones corporales, como la reparación o el reemplazo de células o tejidos y
el crecimiento.
Comparado con los requerimientos de
un adulto, un bebé necesita mayor aporte proteico en relación a su peso
corporal para asegurar su crecimiento.
Esto no significa que un niño y un adulto deben ingerir igual cantidad
de proteínas, la cantidad es proporcional a su peso, estatura y masa corporal.
“La leche
materna es rica en proteínas durante las primeras semanas de vida.
Posteriormente, esa cantidad se reduce
de forma gradual y de acuerdo a la velocidad de crecimiento del lactante. Es
decir, la naturaleza provee la cantidad exacta que el niño necesita acorde a su
crecimiento saludable”,comentó el Dr. Jorge Palacios.
Las variaciones observadas en la
cantidad de proteína de la leche materna durante el curso del primer año
favorecen un patrón de crecimiento saludable característico de los niños
amamantados. En caso que un bebé consuma
un aporte excesivo de proteína durante los primeros meses de vida, se alterará
su metabolismo, estimulándose actividad hormonal que favorece un crecimiento
acelerado, acumulación de tejido graso, sobrepeso y obesidad.
Estos cambios metabólicos condicionan
al niño a padecer en edades posteriores, incluso en la edad adulta, de
enfermedades crónicas e inflamatorias como diabetes mellitus, hipertensión
arterial, enfermedad coronaria y accidentes cerebro vasculares. Los cambios
nutricionales y de composición corporal relacionados con el consumo de altas
cantidades de proteína en la infancia han sido denominados científicamente como
la “hipótesis de la proteína temprana”.
Los efectos son particularmente
notorios durante el período de los primeros 1,000 días de vida de un ser humano
(desde la concepción hasta el final del segundo año). La programación
metabólica causada por el consumo excesivo de proteína, tiene incluso el
potencial de ocasionar cambios en las características hereditarias de un niño y
causar estas anomalías prácticamente desde su nacimiento.
“Los
primeros 1.000 días de vida constituyen una ventana de oportunidad única que
puede utilizarse para asegurar un crecimiento normal en los lactantes y también
para evitar el desarrollo de enfermedades crónicas e inflamatorias en edades
adultas. Es indispensable asegurar una
alimentación óptima durante la gestación y la infancia temprana”, finalizó el Dr. Palacios.
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