No se conoce
la causa específica que produce esta enfermedad, sin embargo, en los últimos
años se está avanzando en el conocimiento de los mecanismos que podrían
desencadenarla y los posibles agentes responsables.
Lo que sí se
sabe, es que la espondilitis anquilosante afecta con mayor frecuencia a las
personas que presentan en sus células una señal específica. Esta señal se
transmite por herencia genética y se denomina “antígeno HLA B27”. El hecho de
la transmisión genética explica por qué la espondilitis anquilosante aparece
con más frecuencia en determinadas razas y dentro de éstas en determinadas
familias. La posesión del antígeno HLA-B27 parece causar una respuesta anormal
de la persona a la acción de determinados gérmenes, por
lo que el riesgo de padecer la enfermedad es mayor si un miembro de la familia
(padre o hermano) la desarrolla.
Lo primero
que nota la persona que tiene espondilitis anquilosante suele ser un dolor
lumbar que se produce por la inflamación de las articulaciones sacroilíacas y vertebrales.
Este dolor es de tipo inflamatorio y se manifiesta de forma lenta y paulatina,
no pudiendo precisarse con exactitud el instante en el que comenzó el síntoma.
El dolor lumbar aparece cuando el paciente se encuentra en reposo, mejorando con
la actividad física. De esta forma el dolor suele ser máximo en las últimas
horas de la noche y en las primeras de la madrugada, cuando el paciente lleva
un largo rato en la cama. Esto obliga a la persona a levantarse y caminar para
notar un alivio e incluso la desaparición del dolor.
Con el paso
del tiempo el dolor y la rigidez pueden progresar a la columna dorsal y al
cuello. Las vértebras se van fusionando, la columna pierde flexibilidad y se
vuelve rígida, limitándose los movimientos de la misma. La caja torácica
también puede afectarse, produciéndose dolor en la unión de las costillas al esternón
y limitándose la expansión normal del pecho (al hinchar los pulmones) y
dificultando la respiración.
La
inflamación y el dolor también pueden aparecer en las articulaciones de las
caderas, hombros, rodillas o tobillos, o en las zonas del esqueleto donde se fijan
los ligamentos y los tendones a los huesos (dolor en el talón, en el tendón de
Aquiles.)
La
espondilitis anquilosante es una enfermedad sistémica, lo que significa que
puede afectar a otros órganos del cuerpo. En algunas personas puede causar fiebre,
pérdida de apetito, fatiga e incluso inflamación en órganos como pulmones y
corazón, aunque esto último ocurre muy raramente. Puede haber una disminución
de la función de los pulmones al disminuir la elasticidad del tórax lo cual,
combinado con el tabaco, puede deteriorar la capacidad para respirar.
Es una
enfermedad crónica que evoluciona produciendo brotes o ataques de inflamación
de las articulaciones de la columna vertebral, o de otras articulaciones como
los hombros, las caderas, las rodillas o los tobillos. Entre ataque y ataque,
generalmente, el paciente se queda sin síntomas de dolor y mantiene una
actividad cotidiana normal. Generalmente el paso del tiempo juega a favor del
paciente, porque con la edad los brotes suelen distanciarse y ser cada vez más
leves.
Hoy en día es
poco frecuente que la espondilitis anquilosante sea grave, es decir, que se solden
todas las vértebras, dejando a la persona anquilosada y rígida.
Esto es
debido a que en la actualidad el diagnóstico se suele hacer de forma más
temprana, lo que conlleva una mayor rapidez en el inicio de los tratamientos y
en las medidas de rehabilitación.
El
diagnóstico se basa en los síntomas y en la exploración física. Para confirmar
el diagnóstico se realizan radiografías de la pelvis y la columna vertebral, para
ver los cambios que ha producido la inflamación en las sacroiliacas y las
vértebras. Sin embargo, a veces estos cambios radiológicos aparecen con una
demora más o menos grande con respecto al inicio de los síntomas.
La
realización de determinados análisis de sangre puede apoyar el diagnóstico (por
ejemplo, determinando la presencia en las células de la sangre del antígeno
HLA-B27) o a determinar la intensidad mayor o menor del proceso inflamatorio
que sufre el paciente.
Actualmente
no existe ningún tratamiento capaz de curar definitivamente la enfermedad. Sin
embargo, sí existen una serie de medicamentos eficaces y técnicas de rehabilitación
que alivian el dolor y permiten una buena movilidad, con el objetivo de recuperar
la calidad de vida.
La práctica
deportiva que permita la extensión de la espalda y que mantenga la movilidad de
los hombros y caderas, es muy recomendable. En este sentido, la natación es el
mejor ejercicio, porque con ella se ejercitan de una forma equilibrada todos
los músculos y articulaciones de la espalda, susceptibles de lesionarse por la
enfermedad.
En algunos
pacientes con espondilitis anquilosante con una evolución más importante y
cuando se ven afectadas otras articulaciones además de la columna vertebral,
puede ser útil la administración de los “tratamientos biológicos”, que son
medicamentos potentes dirigidos específicamente a los componentes de la respuesta
inmunológica que están interviniendo en la enfermedad.
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