Alejandro Sanz amplía su particular campo de batalla creativo con “Bio”, el kilómetro cero de su nuevo álbum. Podría poner el piloto automático o abandonarse a la inercia del prestigio cosechado durante tres décadas de conquista ininterrumpida, pero prefiere articular un sorprendente ejercicio de libertad expresiva conducido por la palabra y aliñado con piano, cuerdas y acústicas que confluyen en una estrofa final ajena a dobles lecturas. Lo que escuchas es lo que hay. Ni trampa ni cartón.
A estas alturas de su intensa trayectoria vital, el músico madrileño sigue guiándose por el agudo instinto artístico que lo trajo hasta aquí. Conoce en profundidad el oficio de escribir canciones, pero está dispuesto a dejarse sorprender por ellas. En “Bio”, auténtica declaración de intenciones e inquietudes, sintetiza los ingredientes de la composición hasta reducirlos a su esencia, haciendo un sentido ejercicio de memoria que asombra por su calado introspectivo. La canción se nos sirve prácticamente en crudo, sin esconder los sabores acres, pero cualquiera puede verse reflejado en este emotivo inventario vital –fatigas, alegrías, ilusiones, decepciones– que Sanz utiliza como ariete de una obra llamada a dejar huella, que incluye diez canciones nuevas producidas por Alfonso Pérez con Alejandro Sanz y Javier Limón, más la experta labor de mezcla firmada por Peter Walsh.
Recién homenajeado con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood –su obra tiene alcance global, sus seguidores se cuentan por millones, su cancionero forma parte de la memoria colectiva y ha colaborado con los artistas más reconocidos a lo largo de tan fructífera carrera–, Alejandro Sanz regresa a los escenarios el 8 de octubre. Es la fecha de inicio de una gira que le llevará por 12 ciudades de Estados Unidos durante todo el mes y en la que desplegará un fabuloso espectáculo.
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